El mejor lugar del mundo no es
Paris, el Empire State o las ruinas mayas. No es la montaña más alta, ni el
Cañón del Colorado ni el mar más azul. No es el despertar en Bali con champagne bien espumoso ni el atardecer en el Mar Muerto. El mejor lugar del mundo
no entiende de lugares.
El mejor lugar del mundo es aquel
donde sonríes, desde dentro, fuerte. Donde cuando ríes, lloras. Donde los ojos
brillan, hablan y transmiten. Donde te dan la mano, te guían, te llevan y te
traen. Donde no estás solo, sino contigo. Es ese lugar donde no importa si es
mañana o noche, si llueve o brilla el sol, si llevas bufanda o falda.
En el mejor lugar del mundo hay
café y limón. Huele a casas conocidas, se te eriza la piel y viajas sin viajar.
Cocinas, escribes, lees, tejes, sueñas, bailas o paseas. Compartes y creces.
Es allí donde tú eres tú, donde
lo que haces en ese preciso instante es lo que más te apetece del mundo, donde
nadie te pregunta si realmente eres feliz. Donde lo simple y sencillo gana a
todo lo demás.
El mejor lugar del mundo eres tú.
Tú, con lo vivido y lo que quede por vivir. Tú, feliz.