Estoy absolutamente convencida: no hay progreso sin locos. De esos que escriben su destino y
apuestan todo a vivir. De esos que
creen en sí mismo y caminan hacia su objetivo. De esos que anteponen felicidad
a éxito. De esos que, a su modo, transforman y sueñan.
Locos que, primero, saltan y luego… ya se verá. De esos que
confían, a ciegas, sin condición, a contracorriente. Locos apasionados, como
los de antaño, de los que no quedan. Decididos, sobre todo decididos; sin temor
a errar. Con voluntad para pronunciar un No, cuando sea no. Locos que apuestan
y deciden.
Locos capaces de ilusionarse e ilusionarte. De los que ríen
cuando sienten nervios o de los que lloran cuando son cómplices. De los que se
superan a ellos mismos, no a los demás. Locos atrevidos, conscientes,
inconformistas y audaces.
Locos con falda o pantalón, no importa. Locos libres o locos
prisioneros de nuestra libertad. De los que escuchan o de los que prefieren no
hacerlo. Solitarios o acompañados, pero pacíficos y calmados en su interior.
Locos generosos, serenos y transparentes. Locos felices.
Locos de los que bailan hasta reventar, que abrazan, susurran
y callan. De los que gritan de miedo y al instante se desinflan, de los que
leen, pero también de los que dejan de hacerlo, de los que pedalean cada mañana
para ir a clase, de los que te ceden el paso y de los que te miran bien porque
sí. Locos que dejan huellan, a quien quiera que sea.
Se necesitan locos. De esos que viven a su forma, sin
preguntarse si está bien o está mal. De esos que rompen las reglas. Locos auténticos.
Auténticos locos.
Se necesitan. Se necesitan locos que se definan como lo que
son.
¡Muy bueno y original! ¡Enhorabuena!
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