miércoles, 13 de enero de 2016

Ojos imposibles de callar

Aquel, el primer día que te vi, lo supe. Te tocabas el pelo para ocupar tus manos mientras pronunciabas el discurso que traías aprendido de la noche anterior, y sonreías. Sonreías tímidamente, sencillamente por despreocupación, costumbre o complicidad. Pero tus ojos no lo hacían. 

Aquel día supe que, a pesar de tu sonrisa, llorabas por dentro. En silencio, acumulando lágrimas que ahogaban palabras impronunciadas. Lágrimas que te calmaban y te escocían a vez. Lágrimas repetidas.

Y sin que tú lo supieras, me conocí. Me (re)conocí a mí mismo, llorando en cada rincón, sonriendo a cada desconocido. Quemado, agotado, abandonado. Sobre todo abandonado. Y en ello andaba cuando tu voz preguntó cuál había sido el motivo de anoche.

Y comprendí, comprendimos, que todos somos iguales hasta que conocemos a alguien que nos hace únicos. Y comprendí, que hay sonrisas que mienten, pero ojos imposibles de callar.