Ojalá canciones viejas sonando de
nuevo. O libros en papel, todos. Gordos, amarillos, pesados. De los que huelen a viejo.
Ojalá tinajas y ascuas en chimeneas de casas de campo. Y braseros, sillas de
madera y mimbre, rebecas de lana, palos como bastones, o troncos para sentarse. Ojalá inviernos fríos y veranos cálidos, castañas sin gusanos, moribundos
en extinción, luna llena sin nubes. Ojalá cazar conejos o cosechar garbanzos.
Ojalá bicis en lugar de coches.
Ojalá no tener reloj, ni prisas. No
saber qué día es, ni cual será. Solo jugar a vivir. Ojalá monedas de 500
pesetas, las más grandes. O nubes de azúcar, pipas sin sal y bancos de hierro.
Árboles que hablan, escaleras que tiemblan y calles que callan. Ojalá tú,
enseñando, yo, aprendiendo. Ojalá yo de nuevo.
Ojalá todo reversible. Lluvia
hacia arriba, mar dulce, sol que no abrase, montañas como cuencas mineras,
saltamontes en el agua, piedras blandas, telarañas indestructibles. Ojalá todo
matemáticamente opuesto. Ojalá todo de cero y aprender de nuevo. Ojalá no
pensar. Ojalá yo de nuevo.