Tenemos miedo por el simple hecho de ser. Es un estado natural de nuestro yo que se despierta cuando cruzas la línea de la otra realidad. Y es que, diría que existen dos realidades: la que vives y la que decides no vivir solo por miedo.
Y puede ser esa realidad, la que no vives, la que te esté esperando para marcar tu camino. La que te haga descubrir, entusiasmar, vibrar, reaccionar. Pero, ¿cómo podemos saber qué esconde si tenemos miedo de ella?
¿Solo existe el miedo por la realidad que no estás viviendo? ¿Por qué he de tener miedo? ¿Y si me estoy perdiendo la mitad de mi yo, por solo tener miedo? ¿Y si no soy capaz de cerrar los ojos y disfrutar por miedo? ¿Y si hoy es ya ayer y sigue habiendo miedo? ¿Y si se va y yo sigo aquí?
Y justo recuerdas aquél día en el que compartes ventanilla de avión con la persona adecuada. Y tú apenas sabes que, por alguna extraña razón, ya no tienes miedo a volar. Sino a no volar. Miedo a no conocer nunca, miedo a perderte 1000 por ganar apenas 10, miedo a dedicar tu tiempo a aquello que no produce sensaciones ni cosquilleo. Miedo a no avanzar. Miedo a no poder escribir nunca líneas que recuerden momentos espontáneos y felices con desconocidos que te sonríen desde el asiento de al lado.