Sí, estoy en lo cierto, no me he confundido. El 1 es solo un
número. Ahora bien, si lo hacemos literatura (¡qué me gusta esta expresión!) podremos
llamarlo uno, one, ein, une y así hasta 5.000 formas diferentes, tantas como
idiomas hay en el mundo. Que no lo digo yo, lo dicen investigaciones de las más
prestigiosas universidades o revistas científicas y no tan científicas. A mí me
gusta mucho la revista Muy Interesante, editada para curiosos. Como yo.
Pero el 1 (¡lo estás leyendo en
español!) da mucho juego. El uno es el número que todo el mundo quiere ser.
¿Por qué queremos ser siempre el número uno? ¿Y no el dos? ¿O el tres? ¿Por qué
en la camiseta de la mayoría de los porteros de fútbol aparece el número 1
(otra vez en español, ¿no?)? ¿Por qué el número uno es el que más discos (LP me
suena fatal) o singles ha vendido en un periodo de tiempo determinado? ¿Por qué
se ha dicho siempre desde que el mundo es mundo “el número uno de mi promoción”?
O, ¿por qué el 1 de enero?
Algo está claro, y es que el uno
es el PRIMER número de nuestra lista mental. De esa que nos hacíamos en nuestra
mente rápido y corriendo cuando nos decían de pequeño: “venga, fulanito (o
menganito; es que no puedo separarlos…), dime los números”. Y eso tiene que
tener alguna explicación científica, neurológica o como quiera que sea.
Por supuesto, los números (el 1 y
todos), pueden ser cardinales u ordinales, pueden significar todo o nada,
pueden tener valor o no, pueden alegrarte o hundirte, pueden ser tus amigos o
tus rivales, pueden ser primos o compuestos y, sobre todo, pueden ser los
escogidos como números favoritos o como números de la mala suerte. Y yo creo
que el 1 de mala suerte no tiene nada…
Y mientras tanto, voy a transformar
el 1 (ya me rindo, uno y punto) en número ordinal que está menos usado. Y vamos
a conocer a aquellos que PRIMERO mostraron al mundo locuras sin las que hoy en
día no querríamos (o podríamos) vivir.